Hugo Guerrero Marthineitz
A los 86 años murió el peruano parlanchín. Particularmente, estoy apenado: tuvimos una relación parecida a la amistad con este señor. La cosa se inició cuando estaba escribiendo mi segundo libro, “Cinta Testigo” en el año 2000; allí cuento toda la historia. No les pido que lo consigan: es un libro que ya está descatalogado. Si les pido que me releven de contarla una vez más, al menos hoy: todavía estoy como sorprendido por la muerte de Hugo, una de esas personas que uno creía que no se iban a morir nunca.
A uno le queda algo de culpa por no haber hecho lo suficiente como para que sus últimos años no fueran tan difíciles. Gracias a esa entrevista que pude hacerle en el 2000 en “Rock Boulevard”, la que fue anunciada en Clarín, y que posibilitó que un programa de televisión viniera a entrevistarlo, y eso despertara el interés de Chiche Gelblung con quien terminó trabajando. Eso después hizo que en Radio 10 le dieran un espacio los domingos por la tarde. Alguna vez pasé a saludarlo con la bicicleta. Lo escuchaba cuando podía, porque aún con 78 años, Hugo era un capo de la radio: sabía como manejar sonidos; como pegar Shakira con Paul McCartney y Atahualpa Yupanqui, y que sonara bien.
Pero las cosas a Hugo no le duraban, y después de aceptar una propuesta de Julio Márbiz para ir a hacer la mañana de Belgrano, radio que capotó estrepitosamente, Hugo se quedó sin trabajo una vez más. Juró que golpeé todas las puertas que se me ocurrieron para tratar de engancharle algo, y hasta me comprometí yo a trabajar con él si esa era la condición para que pudiera volver a hacer radio. Las personas con las que hablé me escucharon con atención, con interés, pero las cosas no prosperaron. Entendí que Hugo no dejó buenos recuerdos en los lugares donde trabajó, y poco a poco me fui haciendo a la idea de que no lograría conseguirle trabajo.
Los mozos de La Casona de Cándido se acordarán de verme entrar con Hugo, que solía despertar mucho cariño a su paso, entre la gente que lo reconocía que iban desde compañeros de trabajo hasta simples oyentes o espectadores. Cada tanto lo invitaba a almorzar porque sabía que no comía bien y además porque nos llevábamos bien: dos locos. Vino algunas veces a comer a casa también, se tiró al piso con sus ochenta años para jugar con mis hijos. Tenía gestos así de tiernos y a los pocos minutos... te lanzaba un picotazo asesino. En un punto entendí que era exactamente como Charly: un genio y un buen tipo que puede hacerte doler. Yo con el cuero endurecido por García sabía esquivarlo, así como no darle importancia a algunas cosas que me decía sobre política. Nunca habló bien de los peronistas, tampoco habló bien de los militares, y esto lo pongo para los imbéciles que lo catalogaban de “procesista”. Hugo sufrió la censura en carne propia y también volvió locos a los interventores de Continental. Oj, oj, oj: esa risa.
Le fui perdiendo el rastro a Hugo en el 2008. No lo encontraba por teléfono, la última llamada que me hizo fue en enero de 2008, como él hacía, para decirme que le había gustado algo que yo había escrito, que no iba a aceptar que lo minimizara y que le parecía genial. Después me cortaba para que yo no le discutiera. Para mí era un orgullo que me elogiase, y sobre todo que me incitase a hacer radio, a no rendirme, a poner mi música y a ser yo frente a un micrófono. Finalmente me enteré que lo habían echado del departamento, y averigué por donde andaba: supe que estaba bien, que había rechazado una oferta del gobierno de San Luis para ir a radicarse allá y trabajar en radio. Hay que tener huevos para estar cagándote de hambre y no aceptar una generosa oferta de trabajo. También un poco de locura, que fue lo que entendí. No locura del tipo clínico, sino de esa que hace que uno pueda ser su peor enemigo. Hugo se saboteó mucho, y sé que su familia lo ha sufrido. Intentaron ayudarlo, pero Hugo era medio inayudable, si se me permite el término. Yo también lo comprendí en algún punto del camino.
Me encuentro con la novedad de su muerte y me siento triste. Siento en mí las preguntas de porqué no lo fui a ver, porqué no me moví un poco más, porqué no pude lo que no pude. Preguntas que no tienen una respuesta porque no ha sido falta de voluntad, sino imposibilidades de otro tipo que tienen que ver con las limitaciones del ser humano, y con las cosas que uno puede lidiar en determinado momento de su vida. Recuerdo nuestros diálogos telefónicos.
- Hola, Hugo. ¿Cómo está?
- Bien: tranquilo. Hay que estar tranquilo.
Me hablaba de la tranquilidad que había que tener cuando uno está sin trabajo y sin la más puta idea de como va a hacer para salir adelante. Me he topado con esa sensación, pero nunca estuve de acuerdo con eso de la tranquilidad. Hugo es simplemente un caso más que muestra como el verdadero talento no es reconocido, ni siquiera cuando ha sido un símbolo de la radio bien hecha, de la palabra bien usada, de un cambio evolutivo en el modo de hacer radio de su tiempo. Hugo podría haber hecho maravillosos programas en los últimos años de su vida, pero el mercado, desafortunadamente, no encontró un lugar para él, así como tampoco lo encuentra para Cacho Fontana. Está bien: Hugo lo hizo más difícil, y se patinó la buena plata ganada en los tiempos de gloria, amén de sembrar el camino de clavos miguelitos. Pero aún así duele ver el contraste de los ídolos estúpidos que el sistema consagra comparado con el verdadero talento de los que alguna vez brillaron, y que todavía hubieran podido hacerlo. Pero para eso hacía falta alguna oportunidad y también un esfuerzo del amigo que hoy se fue.
La verdad, no espero que esté tranquilo. Sí me gustaría que su alma esté en paz, o en la dicha celestial que nos prometen algunas religiones. Escuchando jazz, hablándole a alguna nube pasajera, haciéndoles cosquillas a los pájaros con su risotada aspirada. O contando alguna de esas historias inverosímiles que él sabía contar como nadie, con risas, silencios y esas inflexiones de su radiofónica voz, a alguno de sus ocasionales compañeros de cielo.
Don Hugo, fue un gusto haberle conocido y haber tenido el alto honor de haber hecho con usted algunos minutos de radio. Que tenga buen viaje hacia la eternidad.
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